martes, 5 de febrero de 2019

ALMAS LLENAS DE ROÑA Y TIÑA

Almas llenas de roña

Soy una persona a la que le da lo mismo lo que digan de ella, siempre y cuando no se entere. Porque cuando me entero, tomo las decisiones que creo oportunas.

A las protagonistas de esta historia hace siete años y medio que no las veo y tenía la esperanza de no volver a saber de ellas. 


Cuando yo era pequeña, mi padre me inculcó a querer a toda la familia y siempre me habló de los parientes que vivían lejos para que, aunque no los tratara, los conociera. Así fue que yo me imaginé a unos familiares amorosos, buenos, ansiosos por conocernos. Por ello, la primera vez que pude hacerlo fue como un sueño para mí. Estaba feliz porque tenía parientes nuevos a los que ya sin conocer en persona quería muchísimo.

Está visto que por su parte no fue lo mismo. Y es que cuando la gente es una maldita amargada, que no tiene nadie que la soporte -cuando todo el mundo se aleja de alguien es por algo-, tiende a sentir envidia por quien es diferente y a vomitar su veneno sobre esa persona.

En este caso, la persona era yo. Tenía 18 años recién cumplidos, era una niña con muchos planes -y bastante brillante, todo sea dicho- y mi vitalidad molestaba. Al darme la media vuelta, aparecieron un montón de calumnias y de barbaridades. 

La última vez que vi a estos especímenes ya tenía 21, pero su amargura se destilaba por los poros. Me sacaron chismes, mentiras, me criticaron todo lo que pudieron. Las más jóvenes me sacaban algo más de 20 años, pero su soltería no elegida las había frustrado hasta el punto de odiarme y repugnar cualquier signo de alegría y de ganas de vivir la vida que salía de mí. Hasta que yo pisara la calle era motivo de crítica. ¿Qué esperar de gente reprimida y clasista? Gente capaz de pronunciar frases como "¿Qué haces charlando en la cocina con la empleada? Tú estás a otro nivel" y clasificando a las personas por la profesión y el dinero que tuvieran, nunca por su bondad ó sentimientos. Siempre pretendiendo que nadie hablara de ellas, pudiendo hacerlo sin embargo sus majestades de todo el mundo. 

Bah, que yo las entiendo, porque es normal. Soy una chavala de 29 años, alta, no soy fea, tengo buen tipo, soy inteligente, con dos carreras, simpática, extrovertida, amistosa, suelo caer bastante bien y mi novio es perfecto. Así que no me extraña que me tengan esa envidia loca. Por éso, aunque hace siete años y medio que no tienen el gusto de verme, aún me critican vivamente y siempre que se enteran de algo que hago, se disponen a criticarme con saña y a levantarme nuevas calumnias. Las solteronas -no confundir con solteras de oro-, la madre que las parió y la que tiene toda la cara de la novia de King Kong. Gente frustrada, fracasada, sin ningún aliciente en su vida. 

Yo no me ocuparía tanto de pincharme botox -huy, cuidado, porque es el peor veneno que hay y como te pinche una vena, ¡adiós!- ni de estirarme la cara -aunque después de que encima te lo hicieran mal y se te quedara la cara como a doña Cayetana... ¡en fin!-, sino por las arrugas del alma. Y es que el karma se vuelve contra uno, por éso a veces nos arruinamos, todo el mundo huye de nosotras y nos viene todo lo malo. Porque el mal que se siembra, se recoge.

Como estáis tan al tanto de mi vida, imagino que estaréis leyendo esta entrada, lo cual me alegra muchísimo, porque al fin sóis partícipes de lo que pienso de vosotras. Me paso a la familia por el arco del triunfo, pues para mí sólo es importante la gente que se lo merece, comparta mi sangre ó no, y compartir carga genética me chupa un pie a la hora de querer a alguien. Para ello tengo familiares que sí se lo merecen y un grupo de amigos envidiables, que vosotras nunca podréis conseguir, tanto que presumís de ser lo más de lo más, porque no os mirarían ni a la cara por malas y por venenos. Y lo mejor es que lo sabéis.

Por ello, montón de basura en sitio de calor, espero no volver a tener una noticia vuestra y tened claro que como me entere de otro insulto ó mentira, no váis a tener para pagarme ni mudándoos a la esquina de vuestra calle, dónde probablemente sólo recibiréis pedradas. Que ya está bien, que mis padres han sufrido mucho, que mientras mi padre agonizaba y se moría yo sólo me enteraba de mierdas por vuestra parte y porque si me habéis echado alguna mano, ha sido al cuello. He tenido que romper con otras partes de esa familia en contra de las cuales no tengo nada, porque no quiero saber absolutamente nada de vosotras. No me interesa nada que os recuerde. He sido una niña sola en un país extraño y sólo me habéis dado disgustos. Pero ahora ése es también mi país y cuando estoy allí me hago a la idea de que no existís, porque por suerte estáis tan lejos que es improbable encontraros. Que cómo lo haga no respondo, os aviso, porque estoy harta ya. Dedicaos a combatir los sofocos de la menopausia, las malas cirugías y la crisis y a mí dejadme en paz, que nunca pienso en vosotras, pero hay una gota que colma el vaso y en mi caso el vaso se ha roto. 

Sóis víboras, gentuza. Estáis más secas que el tampax de un maniquí, ¡pringadas! Y bueno, ahora a sufrir, porque las cosas me van muy bien y me irán mucho mejor. Soy bastante feliz, me encuentro bien por fuera y por dentro y no me paso los fines de semana encerrada en casa con mi madre criticando al mundo.

Si a alguien no le gusta que yo escriba esta entrada, le pido que se ahorre los comentarios, porque estoy harta de aguantar desde que era una niña. Estoy demasiado ocupada amando a los que me aman para pensar en aquellos que me odian. Porque yo soy incapaz de odiar, pero tengo una mala hostia que cuando me cabreo, vale más quitarse de delante.

¿Os acordáis de aquel verano en el que estuve dos meses encerrada? Fue divertido, ¿no? Aguantando malas caras y escuchando críticas hirientes por detrás de las puertas. Unas tías de vuestra edad. Y si me iba al cine con esa maravillosa muchacha a la que había criado mi abuela, palabras despectivas "porque no sirve para amiga tuya, es una dama de compañía de Mamá". Ironías de la vida, esa joven humilde estudió Medicina y a día de hoy su profesión os da mil vueltas. Ella cura; vosotras envenenáis el alma. Cuántas veces la despreciasteis, cuántas veces tuvo que escuchar que ella no era nadie, que no iba a heredar nada. ¿Qué os hace ser superiores exactamente? Porque el único signo de superioridad que conozco entre los hombres es la humildad.

También os ha encantado criticar a los novios ajenos, porque siendo tan reprimidas y no habiendo tenido ninguno en medio siglo, la verdad es que os entiendo. Que bueno, si es que no os interesa... ¡pero no se os acerca ni vuestra sombra! Nunca os escuché hablar bien de las parejas de nadie, es lo que tiene la envidia.

No sé qué os lleva -a las cuatro- a ser unos seres tan despreciables. A ser una profesionales de la mentira, el chisme, las críticas, el daño ajeno. Y luego os decís católicas, se os llena la boca rezando y yendo a misa y os escandalizáis de mi ateísmo. Pues yo, siendo atea, estoy más limpia naciendo mil veces que vosotras a día de hoy. Pero de aquí a Lima, ¿eh? Porque dicen que a Dios rogando y con el mazo dando, y vosotras salís de la iglesia y sois el mismísimo diablo.

En resumidas cuentas, todo lo que diga ya sería redundante. Mira que me hace gracia que toda la gente que me tiene envidia esté obsesionada conmigo, pero llega un momento en el que me canso. 

Así que, parafraseando al genio Fernán Gómez, os dedico una sonora pedorreta y un muy sentido...

No hay comentarios:

Publicar un comentario