martes, 5 de febrero de 2019

EL EXTRAÑO INCIDENTE DEL PERRO A MEDIANOCHE

El extraño incidente del perro a medianoche



El boxer, uno de mis perros favoritos
Esta historia se remonta a unos cuantos años atrás. Yo era joven y bella, salía con el hombre de mi vida y nunca había tenido un angora turco.

Con motivo de mi reunión con mi grupo de amigas de la universidad, rememoramos la historia de Manolo, acontecida después de la cena de fin de curso de nuestro grupo de amigos en 1º de carrera.

Pasada la medianoche, la mayoría habían decidido no quedarse de fiesta y nos encontramos Lo, Bea, Llobu y yo festejando de bar en bar. Al salir de uno de ellos, reparamos en una placita con varios bancos y  corrimos a sentarnos.

De pronto, reparé en un boxer marrón que por allí pasaba con su dueño. Es sabido que amo a esos perros y, en aquellos tiempos, aún tenía a mi precioso Cos, mezcla de boxer. Maldita la hora en que se me ocurrió acariciar al perro, porque su dueño entabló conversación con nosotras y no se fue hasta... ¡4 horas después! Que me trague la tierra si estoy mintiendo.

Nos contó su vida y milagros. Cuando le preguntamos por el nombre de su perro, nos dijo "Hache I Ka", entendiendo nosotras "Aychica". ¡No! El perro se llamaba Hik.

Mientras Manolo, como apodamos al propietario del boxer, nos daba sin piedad la chapa, yo me escapé unas cuantas veces a saludar amigos, dar una vuelta y quehaceres varios. Sí, dejé a mis amigas a su merced. Lo reconozco.

Por fin se fue Manolo casi amaneciendo y entonces decidimos ir a tomar un café a un bar cercano a la estación de autobuses y trenes. Allí charlábamos cuando, ¡oh, sorpresa! Entraron dos entes en el local. ¡Eran Manolo y Hik!

Nunca fue tan cierto aquello de cuerpo a tierra, porque no nos comimos los sofás que ocupábamos de puro milagro, al tratar de ocultarnos del propietario del simpático can.

Manolo pidió su botella de vinazo, salió a la terraza y desde dentro lo pudimos contemplar hasta las 8 de la mañana, cuando tuvo a bien volver a su domicilio, rodeado de vecinos a los que decía odiar.

No volvimos a saber de él, hasta que, tiempo después, hablando con un compañero de universidad veterinario, éste se quedó helado cuando le contamos esa anécdota. Hik era su paciente y se quedó horrorizado el día que Manolo apareció con otro boxer pequeño por la puerta de su clínica. Al preguntarle él por el paradero de su perro, Manolo le respondió que un buen día se le desplomó muerto en la calle... ¡y le había hecho él la autopsia en casa abriéndolo en canal!

Sobra decir que Manolo no tenía ningún estudio en veterinaria ni medicina. No recuerdo a qué nos dijo que se dedicaba, pero no era universitario, ni mucho menos estaba capacitado para identificar las causas de una muerte.

La historia nos sobrecogió, porque Hik era un perrito estupendo al que se veía perfectamente de salud. ¿Qué tipo de persona le saca las vísceras a su mascota fallecida?

Por suerte, nunca volvimos a saber de Manolo, pero cada vez que pasamos por delante de aquella plaza ó de ese bar, nos acordamos de la increíble historia.

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