martes, 5 de febrero de 2019

MIS ACHAQUES DE JUVENTUD

Achaques, una confesión y el triunfo en un sorteo que mola mogollón


Los preparativos de la Navidad me sorprenden achacosa. Como sabéis, tuve un accidente laboral el 2 de noviembre y desde ese día estoy de baja. Me hicieron una resonancia y tengo algunas cosillas no muy importantes, aunque sí lo suficientemente molestas para que me pase el día como una anciana achacosa. Voy al fisio todos los días y aún así paso muy malas noches. Lo peor es cuando se me queda fría la zona lumbar y me intento mover, que entonces los dolores me despiertan. Las piernas ya casi no se me duermen y no estoy tan mal como al principio, salvo por las protusiones vertebrales y el piramidal de las narices.

El otro día me tuvieron que quitar el Hidroxil (vitamina B). Resulta que me dio una reacción alérgica y sólo tenía mareos, hormigueos, insomnio y una erupción que aún me dura en cara y cuello cabelludo. Ahora parece que tengo acné y caspa, me he quedado hecha un cuadro. Lo malo es que además pica y obviamente no me rasco, que a mí lo de volver a tropezar con la misma piedra no me gusta y ya a los 9 años me gané una hermosa cicatriz en la barbilla por rascarme un grano variceloso.

Lo bueno de estar de baja es no ver la cara de mi jefe. En algún comentario se me hizo alusión a que no había contado lo que me pasó con él. Ya han pasado unos meses y me siento con fuerzas de hacerlo ahora. Me da lo mismo que lo lea (huy, que es semi-analfabeto y es improbable), que se lo cuenten ó que venga Rita la Cantaora, porque tengo testigos que me ofrecieron acompañarme a denunciarlo, en las altas esferas lo saben porque lo puse en conocimiento de ellos el día que después de mi accidente se negó a hacerme el informe para ir a la mutua y además no le tengo miedo a nadie. No me faltaba más, con 29 años y llena de experiencias, temerle a alguien y además a ese ente indigno, del cual nadie se explica que siga en su puesto siendo un enchufado sin preparación ni educación.

Los hechos se remontan a cuando empezó con sus bromas. Yo las achacaba a su condición de persona primitiva y no le hacía mucho caso. Pero estas empezaron a subir de tono y ahí ya le comencé a dar toques. Siempre me seguía diciéndome guarradas y ordinarieces y yo ya me estaba hartando de pararle los pies. Un día, se me acercó y me hizo un comentario súper obsceno al oído. Que ese infraser osara pegárseme y susurrarme una porquería de semejante calibre me dejó en shock. Le llamé la atención en el momento, pero apenas pude articular palabra. Cuando pude reaccionar, me dirigí a su oficina en presencia de todo el mundo y en la puerta me dijo otra de las suyas. Aunque no hubiera dicho nada, mi reacción hubiera sido la misma. Le dije a voz en grito que fuera la última vez que se dirigiera a mí en forma obscena, porque le ponía una denuncia que lo dejaba temblando. Que se le tenía que caer la cara de vergüenza teniendo una hija de mi edad y comportarse así. Que yo iba a trabajar, no a ligar y mucho menos con él, que tenía 60 años y no era ni mi prototipo de hombre, ni el de nadie. Que se mirase a un espejo. Que nunca en mi vida me había encontrado en un trabajo con un caso así y que no me faltaba más que tener que aguantarle las mierdas a él. Que prueba de su ignorancia era su comportamiento, porque si le metía una denuncia se le caía el pelo, y teniendo ya parte de la nómina embargada por temas anteriores, actuar así era del género gilipollas. Y que a la próxima dormiría en el calabozo.

Mis compañeros, que lo odian en su totalidad, se tenían que dar la vuelta para reírse de él de la humillación que le metí. Pero todavía quiso ponerse chulo y me dijo que me iba a encerrar en un cuartucho que ahí tenían. Le di el repaso de su vida.

A partir de ese día, no me mandaba hacer nada. Me pasaba mi jornada laboral más aburrida que una mona porque él había decidido que yo no tuviera qué hacer. Hay para quien ésto puede ser positivo, pero no para mí. Me pillaba unos aburrimientos bestiales, sentada como una tonta y sin tarea. En alguna ocasión, algún compañero que no tenía qué hacer en ese momento venía a hacerme compañía, y así pasaba yo los días. 

Mi paciencia explotó, y me dirigí a Zumosol, primo de mi jefe y con la costumbre de llevarle siempre el parte de lo que los empleados hablaban. Aprovechando que no se puede callar nada, le dije que esa era también una forma de mobbing, por lo que como las cosas continuaran así, lo denunciaría y la multa que le acababan de meter por tener gente sin asegurar en uno de sus establecimientos hosteleros después de tres avisos, se iba a ver incrementada por espabilado. Zumosol -que por cierto me cae bien, porque aunque sea chivato es majo- se lo tuvo que ir a contar segurísimo, porque al día siguiente ya tuve trabajo.

Al poco tiempo, se vengó de mí encomendándome una misión absurda y ridícula, que me puso de muy mal humor. Yo no estaba contratada para éso. 

El mismo día 2 de diciembre, me tocó otra de ésas y fue cuando me accidenté. No me quiso firmar el parte de accidente y tuve que informar a las altas esferas, contándoles de paso el periplo que llevaba padeciendo a este elemento. 

Mi caso no es aislado, es más, yo fui de las últimas personas en las que se fijó para molestar. Se ha pasado con muchísima gente. A una amiga mía, que también está de baja por una caída y era junto a mí la otra única chica que allí trabajaba, después de accidentarse la llamó "bola de sebo" y le dijo que le hubiera gustado empujarla él por una pendiente. Mi amiga no se quedó callada y allí se formó la de dios. Yo estaba en el medio, entre voces e insultos presenciando tanto surrealismo, porque nunca jamás me había encontrado con una situación así en el entorno laboral. 

Así que, como al que le tiene que dar vergüenza es a él y no a mí, al fin lo cuento. Después del día que le tuve que llamar la atención por aquel episodio, me pasé la tarde llorando y con ansiedad. ¿Porqué tenía que aguantar yo las insinuaciones de aquel cerdo? Y no fue la única vez, porque tuve momentos muy malos y hasta me apeteció dejar el trabajo. Es que es más agradable estar accidentada y con dolores que ver su cara y creo que con éso describo perfectamente la situación. 

Sé que está bien avisado por su superior, pero el día que vuelva al trabajo, a la mínima le pongo la denuncia. A mí no me tocan los pies ni él, ni tres como él, ni nadie. Porque estoy harta de machismo, de irrespeto, de hombres que quieren mostrar su superioridad hacia la mujer porque ellos mismos son una puta mierda y se quieren sentir mejor comportándose así. 

Ayer volví al dentista. Después de la endodoncia, me tocaba la colocación de un perno en el interior del premolar. Como nunca me habían puesto ninguno, yo pensaba que me lo colocaban en el día y santas pascuas. ¡Pues no! La dentista me vació el diente y me lo disminuyó para tomarme la medida, que me hicieran el perno en el taller y me lo colocaran... ¡el martes 18! Así que hasta ese día, yo estoy yendo por la vida con un premolar reducido a la mitad. No me da vergüenza, sino lo siguiente. Menos mal que no abriendo mucho la boca no se nota, que luego me llamarán "Eva la desdentada" y me saldrán varios traumas. Me da muchísima grima y además noto mucho que me falta medio premolar, es algo parecido a la sensación que describen -salvando las distancias, claro- de cuando alguien pierde una extremidad y le parece sentirla. Toda la vida afirmando que lo que menos me gustaría en la vida sería ir sin un diente, y hasta el martes me han desprovisto de medio. Casi me desmayo en la consulta, porque yo no sabía como van estas cosas y me quedé flipada.

Cuando me coloquen el perno, antes de ponerme la funda en el diente me tienen que hacer el tratamiento de encías para la gingivitis, que por suerte es reversible y evita que alcances un grado más y el tema se te haga crónico, condenándote a que se te puedan caer todas las piezas de la boca. El tratamiento de encías va en cuatro sesiones y tienen que ser bastante seguidas entre ellas. Así que, como véis, también me estoy dejando una pasta en arreglarme la boca.

Aclaro que, pese a ésto, no estoy triste ni deprimida ni abatida ni nada. Los dolores son los que son, a mi jefe no le tengo miedo y creo que no lo veré en una buena temporada, lo del premolar me lo solucionan el martes y no tengo porqué sentirme mal. ¿A cuento de qué? Con la próxima publicación de mi libro y el resto de mis planes inmediatos, siento tanta gratificación que cualquier inconveniente se hace diminuto a su lado.

Nuestra maravillosa Trax, organizó un sorteo hace unos días y como a mí nunca me tocó nada, no me preocupé mucho. Daba por echo que entraría el día que se realizara, mi nombre no estaría entre las afortunadas, felicitaría a las premiadas -que seguramente hubiera por cuestiones de probabilidad alguna amiga- y pensaría en la suerte que han tenido. Total, que hoy entro en su blog y veo que... ¡¡¡me ha tocado!!! Me hace muchísima ilusión, no os lo podéis imaginar. Estoy emocionadísima y no sabéis lo que voy a fardar de suelo pélvico endurecido después del parto (no, amiguitos y amiguitas, aún no estoy gestando, ¡traaaanquilidad!).

Para terminar, esta tarde tengo brindis por las Navidades con mis amigos de toda la vida. Con mi pandilla del barrio desde que tengo uso de razón. Conservo los mismos amigos que tenía con tres años, llamadme clasicona.

También estamos organizando algo similar los compis de EGB del cole. Porque sí, también sigo en contacto con aquellos niños que conocí a los cinco años. Me hace mucha ilusión quedar con ellos, charlar y contarnos cómo han ido nuestras vidas, hablar de los derroteros que tomamos cada uno y recordar anécdotas. A la mayoría les sigo la pista, pero siempre hay alguno que se me escapa y es bonito reencontrarte.

Y como no podía ser menos, con mis amigas de la uni haré lo mismo. Comeremos, charlaremos y nos tomaremos un chocolate caliente.

Como véis, me gusta seguir en contacto con los integrantes de todos los sitios por los que pasé en mi vida.

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