martes, 5 de febrero de 2019

EL DELEGADO DEL COLE

El delegado


En toda clase que se precie...


En toda clase que se precie, existe la inevitable figura del delegado. Ese niño que tiene que entregar el parte a jefatura un cuarto de hora antes de que acaben las clases, apuntar en la pizarra al que se porta mal cuando el profe sale y avisar a los maestros muy cajondesastremente a modo de alarma de móvil actual.

En mi colegio, ya empezaban discriminando desde 1º de EGB. Para ser delegado, tenías que aprobar todas las asignaturas y sino, no te podías presentar. Dejaban así claro que los niños que no sacaban buenas notas no podían ser responsables porque no eran bien mirados. Y os preguntaréis, ¿alguien suspendía a tan corta edad? Pues sí. En mi clase repitieron 1º cuatro niños, entre ellos una amiga de la que he hablado unas cuantas veces en este blog. No sabían leer y pencaron.

Desde 1º hasta 8º, creo recordar que el delegado fue el mismo niño. Ahora mismo desconozco si durante algún curso lo sustituyó la hija del director, pero mi memoria no está muy clara en ello. Durante la EGB, sus obligaciones eran básicamente las arriba descritas, especialmente apuntar cuando el profe salía. El la pizarra aparecían los nombres de todos aquellos niños que osaban levantarse o abrir el pico, y cada vez que lo repetían se llevaban una crucecita detrás. A mí, que sólo me hacía falta ser desafiada hacer algo, me apuntaban siempre. Y me la pelaba.

En 3º de ESO, tuve la patética idea de presentarme yo a delegada. Salí por mayoría y a los dos días ya estaba hasta los mismísimos. Ese curso decidí que nunca, jamás, volvería a opositar a tan ingrato puesto.


En los años posteriores...


En los años posteriores de secundaria y bachillerato se vivió alguna que otra sustitución en mi clase. Los profes no estaban muy felices con las actitudes de los niños que solían salir y a mitad de curso llegó a haber algún que otro cambio.

A lo largo de segundo de bachiller, la tutora decidió que estaba hasta las narices de la delegada, despojándola del puesto sin remordimiento alguno. Se volvieron a convocar elecciones, cuando alguien me preguntó que por qué no me presentaba. "Pues porque no me da la gana y pobre del que me vote". Vale, volví a salir por abrumante mayoría. Así que, después de maldecir a mis compañeros de clase, le dije a la tutora que no me interesaba en absoluto el puesto, y que se lo podía dar a otro.

En la universidad no recuerdo a ningún delegado -si lo hubo no me acuerdo- hasta que aterricé en Criminología. En 1º de carrera, no hubo votaciones. Cada vez que los profesores preguntaban quien era el delegado, yo señalaba a Pepelu, un podólogo jubilado con el que compartíamos estudios y del que no hemos vuelto a saber más. Pepelu había traficado con apuntes, haciendo el agosto mediante la reventa de fotocopias que pedía a los incautos, por lo que le gustaba más un papel que a un tonto un lápiz.

En 2º ya nos dijeron que no podíamos seguir así, que había que escoger delegado. Mis amigos empezaron a decir que votarían a mi novio y que yo sería delegada consorte. A él no le hacía mucha ilusión la idea, pero no tuvo que verse envuelto en las vicisitudes del nombramiento, debido a un suceso inesperado.

Estábamos en clase, cuando un profe nuevo que llegó preguntó que quién era el delegado. Íbamos a decir que no teníamos, en el momento en el que un mozo tuvo la espontaneidad de levantar la mano y responder que era él. Todos nos quedamos flipados, pero como nadie quería el cargo no hubo réplica alguna y delegado se quedó hasta el fin de carrera.

Cuando concluimos Crimi, hubo que encargar la orla.
Después de que el delegado hubiera organizado una cena en un sitio donde pasamos más hambre que el perro de un ciego, decidimos que lo mejor sería confiarle tan delicada empresa a Lo.
Dio más vueltas que el carajo para coordinar con todos los profesores la toma de imagen en un fotógrafo que no era el habitual, pero que tenía mejor relación calidad-precio y nos daba más cosas, trabajo que vio retribuído cuando la fotógrafa le regaló su orla y se quedó encantadísima.

En defensa del otro delegado, he de decir que se tomó muy en serio en su papel, y que cuando en las excursiones íbamos a un bar, el pobre apuntaba lo que queríamos todos en su libreta y lo pedía en la barra.
El chaval se lo curraba y además era muy querido por el profe de Policía Científica, quien lo catalogaba como su hombre de confianza.

Resumiendo, que la de delegado es una carrera ingrata y agotadora, que para nada les recomendaría a mis posibles descendientes.



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