martes, 5 de febrero de 2019

EL POLICIA DE TIMES SQUARE

El policía de Times Square


Jennifer Foster, una joven policía de Arizona, no pudo menos que inmortalizar la conmovedora imagen que contempló junto a su esposo en Times Square. Un agente le entregaba unas botas y unos calcetines a un mendigo descalzo, que lucía ampollas de frío en los pies.

Lawrence DePrimo no sabía que estaba siendo fotografiado. Le dolió en el alma ver a un pobre hombre pidiendo con los pies desnudos bajo el frío neoyorquino y no pudo menos que acercarse y preguntarle que dónde estaban sus zapatos. El mendigo le respondió que no tenía con qué calzarse, por lo que el policía se acercó a la zapatería más cercana y pidió unas buenas botas y unos calcetines gruesos, considerando que ese señor se merecía que sus primeros zapatos en mucho tiempo fuesen de calidad. Escogió unas de 100 dólares y, mientras se las entregaba, le aseguraba que lo iba a proteger.

Cuando Jennifer llegó a casa, no pudo menos que compartir la imagen en Facebook, dando ésta inmediatamente la vuelta al mundo. Enseguida, la gente quiso saber de quién se trataba y pronto localizaron a Lawrence, quien se mostró muy sorprendido por la expectación levantada y consideró que su comportamiento no era para tanto.

En Estados Unidos, podemos encontrar en los albergues de homeless un gran número de padres con niños pequeños. Eso en el país que creemos que es el novamás, el sueño americano, lo más guay del Paraguay.

Aquí la situación no está siendo, sin embargo, mucho más halagüeña desde que comenzó la nefasta crisis económica. Yo no veía a tanta gente por las calles desde los 90, con la puntualización de que en aquel entonces, la mayoría de los mendigos eran heroinómanos que pedían limosna con el fin de costearse su adicción.

A día de hoy, en cada esquina hay una persona necesitada. Raro es el cajero en el que no hay alguien durmiendo cuando cae la noche. Incluso en los parques, con cartones, porque los albergues no admiten que nadie pernocte durante más de tres días seguidos debido a la demanda.

Lo más increíble, es que un gran número de esas personas muestran un aspecto físico completamente normal. No son alcohólicos ni drogadictos, ni pertenecen a ningún otro grupo marginal. Carteles de "No tengo trabajo" acompañan cajitas de cartón donde su propietario implora unas monedas.

Los comedores sociales se están llenando de lo que un día fue la clase media española. Parejas jóvenes con niños pequeños acuden a las cocinas económicas para que por lo menos sus hijos se lleven al estómago un plato de comida caliente al día. Y esta es nuestra realidad, porque a un gran número de personas que nunca imaginamos ver así, ahora la fortuna les ha dado la espalda y al perro flaco todo se le han vuelto pulgas.

Unos amigos míos, sin ir más lejos, hace unas semanas fueron desahuciados con su niño de siete años y se han tenido que ir cada uno a casa de su respectiva madre hasta que la situación mejore. No tienen trabajo y ya no cobran el paro ni la ayuda familiar.

El otro día, mi madre llegó a casa con el corazón encogido. Se encontró en la puerta del supermercado a una chica de veinte años a lo sumo pidiendo. Le dio algo de dinero y le compró un litro de leche y una barra de pan, quedándose realmente mal: "Era tan guapa, si la vieras con esas chanclas en los pies... Seguro que la tenía ahí una mafia".

En el semáforo más cercano, siempre nos encontramos con el mismo chico. Como le da apuro pedir, le des lo que le des te entrega un paquetito de pañuelos. Aunque no se los quieras coger, te los da de todas maneras. Su antecesor era un chico rumano, que muchas veces estaba acompañado por su mujer, siempre de chanclas. Alguna vez, bajo la lluvia, nos lo llevamos a una cafetería para que se tomara un café y merendara algo. Nos contó que tenía un niño en Rumanía, al que cuidaba su suegra. Hace unos meses, nos contó que no aguantaba más, que había ahorrado algo y que el dinero de aquí le daba para mucho en su país de origen, así que se iban. A veces lo recordamos y esperamos que se encuentre bien. Eran tan educados, tanto él como su esposa... Y sobre todo jóvenes, no más de veinticinco. También limpiaba siempre las lunas de los coches para no sentirse como un mendigo.

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