martes, 5 de febrero de 2019

ANECDOTAS DE HOLANDA

Anécdotas holandesas

La vinoteca

Necesitábamos hacer un buen regalo y nos había costado dios y ayuda encontrar una tienda de vinos decente en aquella ciudad holandesa. En todas las anteriores, la botella de vino más cara costaba 15 euros y no se trataba de regalar un caldo un poco bueno, sino algo realmente especial. Desesperadas estábamos, cuando entramos en aquel establecimiento. 

El muchacho holandés nos atendió muy amablemente y nos enseñó justo lo que buscábamos. Mientras decidíamos qué vinos nos íbamos a llevar, hablábamos entre nosotras. "Qué bien está este sitio". "Estos vinos ya son otra cosa, esto es calidad". 

Al acercarnos a pagar a la caja, le dije algo a Pachi que hizo que el experto en vinos me preguntara de repente y en un perfectísimo español que de qué país de Sudamérica era mi acento.

-De España concretamente, amiguito, pero... ¿Hablas español?
-¡Claro! -Y ahí fue cuando se soltó- Mi esposa es venezolana y nuestra hija de cuatro años es bilingüe.

De la que salíamos, comentamos: "Menos mal que no se nos ocurrió decir nada malo pensando que no se enteraba del idioma..."

El camarero

La presente anécdota tuvo a bien ocurrir en Bélgica, concretamente en Brujas. Llegamos a un restaurante en el que no había casi nadie, por lo que, tras escoger en la carta lo que comeríamos, comenzamos a hablar con los camareros.

Nos comentaron que uno de ellos era de Kosovo y el otro, que supusimos que era el dueño, italiano. 

Me pregunta esta vez el kosovar que de dónde soy, y cuando le respondo que de España, me dedica una mirada de infinita lástima, justo antes de exclamar:

-Oh... España... ¡crisis!

-Bueno, de España y de República Dominicana.- Añadió Pachi, logrando únicamente que el camarero me tuviese más pena aún.

-República Dominicana... ¡Trópico!

Y yo, que estoy sorda como una tapia, entendí "corrupción" y ya me eché las manos a la cabeza.

-¿Y tú? -prosiguió el hijo de Kosovo- ¿También de España?

-No, yo República Dominicana.

-Oh...

Cuando llegué al trabajo el viernes y se lo conté a Cricetidae, éste acertó a decir, ofendidísimo: "¡Tenías que haberle dicho tú que no, que Kosovo mejor que España y República Dominicana! ¡Qué fuerte!"

-Qué no, que el chico era majo, lo que pasa es que quiso hablar de algo actual...

-¡Si me lo llega a decir a mí, le canto las cuarenta!

El ratón

He dejado esta historia para el final, por ser precisamente la más azarosa. Desayunábamos tranquilamente, cuando mis ojos pudieron presenciar la clara imagen de un ratón corriendo por la cocina.

-¡Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh!- grité yo.
-¡Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh!- replicó Pachi.

¿De dónde salía un ratón? ¿Qué demonios hacía allí? Al dejarle la puerta delantera abierta a Philipe para que entrara y saliera al jardín, el insigne roedor había tenido a bien colarse.

-¿Y ahora qué hacemos? ¡Yo no sé matar ratones!
-Llamar a los vecinos y pedirles a Jaap prestado.
-¿Y nos lo dejarán?
-¿No estuvo entrando y saliendo de la casa cuando se fueron de vacaciones de verano sin él? No nos van a decir que no.

Así que Pachi cogió el teléfono y le preguntó al dueño de Jaap si sería tan amable de traérnoslo un rato.

El vecino llamó al timbre y apareció con Jaap en brazos. En los cuatro meses que no lo veía, aprovechó para ponerse como un fenómeno. Se lo arrebaté a su propietario y me dediqué a hacerle arrumacos, mientras le explicábamos al vecino lo sucedido con el ratón.

Jaap acudiendo raudo y veloz cada vez que se le necesita
-Lo mejor es que Jaap venga en la noche.
-¡Síi, que se quede a dormir! Lo que pasa es que vamos a salir, pero cuando volvamos pasamos a buscarlo.

Jaap olió un poco por debajo del horno, donde se presumía que hacía de las suyas el roedor, y se fue para su casa con su dueño.

Por la noche, llamamos a su puerta. El vecino nos dijo que se lo había pensado mejor y no creía que Jaap, al estar fuera de su casa, fuese a cazar al ratón. Descaradamente, temía quedarse sin gato ante nuestro entusiasmo al celebrar un pyjama party con él, pero algo tenía que decir. Sin embargo, el vecino nos prometió que aparecería con una trampa para matar al ratón.

Al día siguiente nos volvimos a ir temprano, por lo que si el vecino fue, no coincidió con nosotras. De noche, estando sentadas en la mesa del salón, volvimos a escucharlo correr. A continuación, comenzó a hablar en jerga ratonil.

-Estupendo, además es monologuista.

Así pasamos la noche hasta que nos fuimos a acostar y a la mañana siguiente, el padre de Jaap apareció con una trampa para ratones. Nos pidió un trozo de queso del desayuno y metió el maléfico instrumento dentro de la puertecita de los detergentes, que por su parte trasera era de cómodo acceso al roedor al dar directamente con la pared en la que también limitaba el bajo del horno.

Después de desayunar nos marchamos y, a la vuelta, se me ocurrió decir:

-¿Te imaginas que el ratón esté atrapado?
-¿Te atreves a mirar?
-Coño, ¿y cómo no?
-Es que yo no me atrevo.
-Espera... (Abro la puerta) ¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhh! ¡Está ahíiiiiiiiii!
-¡Ahhhhhhh! ¡Phillipe, no te acerques!
-¿Y si está vivo pero no se puede mover del dolor? Tal vez deberíamos soltarlo...
-Sí, para que vuelva a entrar en la casa.
-¡No, caray, en una pradera!
-¡Pues yo no lo monto en mi carro!
-Espera, vamos a hacer ruido a ver si se mueve... No, no se mueve.
-Vamos a avisar al vecino y que lo saque él cuando no estemos en la casa, vamos a llevarle unas llaves...

Y a la vuelta, ni cadáver ni nada. 

Como agradecimiento, le regalamos al vecino estos curiosos chocolates envueltos en cajita de regalo:

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